Relato que se convirtió en paisaje

Poema, cuento o artefacto a ritmo de jazz publicado en el libro Veintinueve días de abril y marzo.

John ColtraneLa noche ahí afuera. Miles Davis flotando en la habitación. De la calle llega algo que parece ruido de disparos y entra a tiempo con el compás de la música. Comienza Blue in Green. Los periódicos en el suelo hablan del incendio de la cárcel. Hace tiempo que el escritor no escribe. No debería ser tan difícil encontrar una historia. Escribir algo, no tiene por qué ser una obra maestra. No todo el mundo es Capote, o Coltrane. La clave es comenzar y continuar y llegar hasta el final. Aunque sea para probarse a uno mismo. Aunque sea por cualquier cosa. Antes todo era más fácil. Las historias salían solas, ni siquiera les daba importancia. Acababan perdidas en cuadernos, en carpetas, en cajones, en la papelera. Ya escribiré otras, pensaba. Esto no vale nada, puedo hacerlo mejor. Ahora mataría por recuperar alguna de las peores de entonces. Antes era bueno. Probablemente lo sigue siendo. Es decir, el escritor todavía domina las palabras. Pero ya no sabe contar historias. Qué mierdas ha pasado. Necesita respirar. Se asoma al balcón. Desde ahí se ve buena parte de la ciudad. Sigue con la mirada la calle que sube hasta llegar al final de la colonia. La calle le lleva a pensar en otras calles, a recordar. Pero siempre hay otras calles y ya habrá tiempo para melancolía, tristeza, poesía, maldiciones. El escritor emprende el camino de regreso. Ahora lo que ocupa es una historia. Para empezar, un personaje. Un personaje que crezca, que supere conflictos, que termine la historia caminando sin mirar hacia atrás. Una buena historia siempre debe terminar con alguien caminando sin mirar atrás, como en un western: de espaldas a la cámara, sube la música, leve picado, traveling en retroceso, fin, títulos de crédito. Aplausos. Como en Raíces profundas (¡Shane! ¡Vuelve, Shane!). O mejor, como en una novela de Chandler. Marlowe siempre marcha en la última página, pase lo que pase. Espere quien espere. Cumple con lo pactado y se larga. Qué clase de historia sería esa, si no, qué clase de vida, una que no acaba.

Corroborando el razonamiento el Kind of Blue llega a su fin. Las sirenas de un carro de policía toman el relevo. También se van. Queda el ruido de karaokes, chupaderos, taxis, rancheras subiendo desde la calle. El escritor vuelve a pensar en otras calles. Hace calor en la noche centroamericana y no es fácil encontrar un protagonista, una historia, sudando como un cerdo. Por un momento piensa en enviarlo todo al carajo, encender el televisor, salir a dar una vuelta. Pero no, vuelve al protagonista. Un esfuerzo más. Al escritor siempre le gustó eso del escritor. Como en las películas de Woody Allen o las novelas de Stephen King. Había un nombre para eso. Lo busca. Autorreferencialidad. Qué terrible. Sigue. El género lo tiene claro, eso sí. Novela negra. Hay que recuperar la novela negra, la novela social de nuestro tiempo. Tal vez está cayendo en tópicos, recapacita. Un momento de lucidez. Algo va mal. El tono está cambiando. Debería poner otro disco de Miles, de Trane, de Satchmo, de Lady Day. Hace un rato se sentía más cómodo, jugando con la ficción y la realidad, con la ficción en la ficción, en plan Auster (aunque Auster le gusta bien poco, qué pedante se pone a veces, el maje) pero ahora el cinismo va ganando terreno y se encuentra más cerca de Bukowski, del Bukowski mediocre, por otra parte, el de Pulp, por ejemplo. No el Bukowski de La senda del perdedor o Factótum, no. No el Bukowski poeta. Ojalá. Aunque puestos a querer escribir como alguien él siempre quiso escribir como Bolaño en Los detectives salvajes. El escritor piensa que empieza a divagar. Mejor tomar una cerveza y despejarse un poco.

Se levanta de la mesa y abre la nevera. No quedan. Se vuelve a sentar, furioso, y el ruido del lápiz sobre el papel es como el de una emboscada, como el de una batalla, como el de la Campaña de África, como el de una guerra. No. Mejor: como el ruido del saxo de Coltrane en los ’60, bramando, a toda máquina, como en Ascension, como el ruido del free jazz y el Black Power y los Panteras Negras reclamando desde el gueto tierra, pan, vivienda, educación, vestimenta, justicia, poder para el pueblo. Mucho mejor. Sin duda. Parece que la inspiración regresa. Hay que aprovecharla, ya cambiará el disco más tarde. Sí, el protagonista será un escritor. Alguien perdido en una ciudad perdida. Alguien como él mismo. Alguien que vence a sus demonios interiores en la noche más oscura, en una noche sin fin y escribe, experiencia vital y talento, un relato, un libro de relatos, una novela breve, una novela minoritaria pero bien acogida por la crítica, una segunda oportunidad en su carrera, un digno reconocimiento a un trabajo digno, casi revolucionario en realidad. Bien pensado: una obra de culto. Ya ni se mira el lápiz rayando el papel, el cuaderno, la mesa, el suelo, el edificio, traspasando la velocidad de la luz. Difícil entender las letras transformadas en fuego. Las líneas se diluyen. El escritor se diluye. Sus ojos están más allá de todo, soñando el final del final. Soñando un epílogo. Última página: el escritor caminando sin mirar atrás, descendiendo las escaleras de la casa, saliendo a la calle, observando la noche estrellada, entrando en una pulpería a comprar cervezas. Punto y final. Tegucigalpa. Abril 2012. Esta edición consta de quinientos, mil, dos mil, diez mil, cien mil ejemplares. Se cierra el libro. Corten.

Adrián Bernal.

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Flâneur de periferia

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